Moral minada

Hoy me entero de un nuevo despido. A estas alturas ya casi ni nos sorprendemos cuando alguien nos cuenta que han despedido a Fulanito. Creo que la sorpresa ante tal noticia ha sido sustituida por un gesto que más pudiera recordar al resultante de chupar un limón. Los despidos se han convertido en el ácido que te roza un padrastro; el escozor de nuestra sociedad.

Por suerte, tengo más de un amigo periodista. Son jóvenes, pero ya algo experimentados. De esos que puede hacer entre ocho o doce años que tienen un trabajo, no vamos a decir estable, pero sí continuo en un periódico, radio o televisión —cuando no en un par de medios a la vez—. Todo parece estar tranquilo. Todos temblamos más o menos por los tiempos que corren, pero parece estar tranquilo. Y de repente, un día, las conversaciones dejan ya de ser de pasillo:  salta la noticia de un ERE del grupo tal, un cierre del canal cual… ya se va acercando la tragedia.

Entonces es cuando te das cuenta de la precariedad del sistema, de que quizás el cuarto poder es cada vez menos poderoso. Eso sí, concentrado cada vez en menos manos: ruedan cabezas, cierran medios completos, se recorta en personal y coberturas, colaboradores y freelancers trabajan por cantidades irrisorias, sometimiento extremo a las audiencias…

Efectivamente, ahora el periodista deja a veces de ser especializado porque debe realizar su trabajo y el que hasta antes de ayer no lo era. El de otro, uno que no le corresponde y que puede que nada tenga que ver con su rama de especialización.

Se hace palpable la indiferencia de los empresarios informativos por ofrecer un producto de calidad. Dejan los periodistas de escribir grandes historias, buenos reportajes de investigación, buenas crónicas, porque eso cuesta un poquito más y los medios no están dispuestos a gastarse un euro «en tonterías». Si lo puedes hacer desde la redacción, con las tres uves dobles, ¿para qué pagar un desplazamiento que cubra un acontecimiento? A lo mejor…  para hacer periodismo.

Vemos cómo se ningunea una profesión apasionante cuyo papel no puede ser más trascendental en la sociedad. La importancia de los medios de comunicación en la historia, la política, la economía, la opinión pública… y de unos periodistas a los que no les dejan hacer —no vamos a adentrarnos ya en la defensa de intereses ajenos, manipulaciones o sensacionalismos— simplemente, porque tenemos prisa y no hay dinero.

Pues si no hay dinero, señores, gestionen de manera eficiente y no conviertan el periodismo en un mal producto cuando se supone que es un servicio. Es más, es un derecho fundamental comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión.

Todos sabemos que, en las altas esferas, la información es un negocio. La información es el poder. Y con ella se juega.  Con qué se dice y qué no; cómo se cuenta y a quién se cuenta.

«No nos engañemos: el poder no tolera más que las informaciones que le son útiles. Niega el derecho de información a los periódicos que revelan las miserias y las rebeliones» (Simone de Beauvoir). Esto lo tenemos, por desgracia, asimilado. Pero cuando Fulanito —si es que aún conserva su trabajo— se enfrenta a que cada día le ponen más trabas a su faena y no puede desarrollar su labor con todas esas competencias de las que podría hacer uso… entonces… apaga y vámonos.
Y cuidadito, que encima te despido.

 Consulta el  Manifiesto de la FAPE en Defensa del Periodismo.

Desde 1976 se han licenciado en periodismo casi 75.000 españoles; en septiembre de 2012 había en el paro 27.443 tinyurl.com/a694626

— Jot Down Magazine (@JotDownSpain) 2 de febrero de 2013